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Una industria de amores.

14 Feb, 2021

Una industria de amores.

El mundo del Tabaco está lleno de amores y complicidades. De la dependencia de uno por el otro ha surgido una relación íntima, delicada y fiel. La semilla ama al suelo y el productor al cultivo, la plántula al aporque, la hoja corona al sol y la mañanita a la sombra.

 Cada una de estas relaciones son medulares en el largo viaje de la semilla al humo. Cada paso importa, así como cada beso en las historias de amor. La vega ama al veguero y el despalillo a las mujeres y estas a la vena central, los tercios a las yaguas, las gavillas al agua y el añejamiento a los barriles. La tabla ama a la chaveta, la chaveta al torcedor, el torcedor la tripa, la tripa al capote y a este la capa. 

Del amor de uno depende el otro, la tabaquería del lector y este del libro, los Montecristo de la literatura y el Robusto del Cepo 50. En este mundo de amores y adoraciones, todo se atrae, Cuaba a los figurados, Cohiba a las medio tiempo,  José Luis Piedra a la Tripa Corta y Romeo y Julieta a Wiston Churchil y viceversa.

Como el catador ama la excelencia, el  Sommelier a los Maridajes y el fumador al humo, también Jaime Partagás amó al año 1845, Compay Segundo al Chan Chan y las calles coloniales a las bremesas alemanas.

Son amores de todos los tiempos los que se han arrastrado hasta el presente para formar la cultura y tradición tabacalera, esa que tantos otros aman y preservan. Es, definitivamente, un mundo de amores platónicos, de esos que no envejecen y que se hacen más fuertes cada año, con cada inicio de campaña, con cada fumada como la que justo ahora termino con este Cohiba Siglo I que como yo, también ama el sabor medio.

De ese mundo tan inmenso de atracciones y complicidades es el tabaco el más amado de todos. Al tabaco lo ama el productor, el veguero y el torcedor a través de cada uno de sus amores, porque la industria tabacalera es el todo por el producto final, por el momento exquisito de la fumada, por el habano entre los dedos, en la boca… cuya existencia es única y sin repeticiones; porque el artesano, aunque diestro, no repite la misma torcida dos veces lo cual te da un producto único y centenario.   

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